ETIQUETAS, por Josué D. Fernández

Francisco de Goya, 1812-1819
 Es bastante seguro el destino de acabar engomada con  alguna etiqueta,  cualquier idea, persona o cosa ─o las tres en una─ que busque generar ventas comerciales o posicionamiento propagandístico,  además de ganar  aceptación  en sus segmentos, grande, mediano o pequeño, general o especializado. Más allá del “precio justo”, condición inevitable de las mercancías y decisión unilateral de sus distribuidores, regularmente; también le aguardará  la calificación  boca a boca que le asignará su público, y a larga determinará el éxito o fracaso de la oferta hecha.

Un conocido ejemplo de  mezcla de  idea, persona y cosa en una sola etiqueta se encuentra en la frase ’Ta barato dame dos,  que se repetía en tiempos de la primera Venezuela saudita a mediados de los setenta y hasta el viernes negro, casi una década después. Hay que expresar, colateralmente,  que al día de hoy ya existe una segunda Venezuela saudita, entre 1998 y 2008, cuando el precio del petróleo pasó de 9 a 130 dólares el barril; pero los cronistas bolivarianos aún no la añaden a sus efemérides quizás por el carácter excluyente de la misma, reservada a la élite represiva en el poder, y sus cómplices internos o foráneos, mientras la mayoría sobrevive en escasez extrema. Candidatos seguros a la etiqueta de “irrecuperables”, del clásico de “Por estas Calles”.
Recreando otras modalidades de etiquetas, en la historia de la edad media se lee sobre los sambenitos, para referirse al descrédito que queda de una acción, y se relaciona con la fama o la buena reputación perdidas. En este caso la frase implica un daño moral que permanecerá durante mucho tiempo. En República Bolivariana (“RB”), imitando a la inquisición, el sambenitar es política oficial para desmerecer de los principios democráticos, las libertades y los derechos humanos, haciendo coro de cuanto opresor se halle  sobre la Tierra, desafinadamente con sus tutores comunistas cubanos.

El ciberespacio que ha revolucionado de verdad-verdad la percepción del mundo, también ha acuñado sus particulares etiquetas en los hashtags, precedidos del signo numeral (#), o almohadilla. En el fondo, el propósito guarda parentesco con los sambenitos medievales, porque persiguen que, tanto el sistema como el usuario,  identifiquen de forma rápida las acumulaciones de desventajas atribuidas a un determinado sujeto. A veces se utilizan para reforzar tendencias noticiosas momentáneas o hechos notables, en el interés de vastas audiencias.

De tal manera,  los prestigios bien ganados se potencian virtualmente hasta que pasan de moda, pero los descréditos se vuelven imperecederos con el auxilio de cualquier buscador de información digital, que las reciclan segundo a asegundo, hasta el infinito. Es como los corruptos de ahora, los déspotas y los abusadores de toda calaña son prisioneros permanentes de sus fechorías, y sometidos a condenas que nunca prescribirán,  como tampoco para las generaciones que les sigan, o de los emparentados de facto, o ideológicos, que no se hayan deslindado de tales desvergüenzas.

Quienes con mayor o menor éxito fueron considerados “árbitros” de la opinión pública hasta hace poco, cada vez tienen menos gente sobre las cuales influir de manera significativa, pues en el mejor de los casos ese dictamen apenas complementará la data que se pueda recabar por medios individuales propios, y al instante. Zafarse de los sambenitos siglo XXI costará mucha perseverancia con la verdad, y acciones concretas de creíble rectificación, frente a un jurado omnipresente,  visión HD y 4D super-panorámica,  y juicios  inapelables vacunados contra veredictos acomodaticios,  chantajes y tribunales venales.






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