Josué D. Fernández A., comunicólogo

  Nadie ha sido indiferente a las acumulaciones de vapor de agua bajo el cielo convertidas en difusas materias flotantes, de apariencias multiformes. Como pasión humana,   esta   subiría de temperatura a partir de 1783, con la observación por los hermanos Montgolfier del humo de un fogata   elevado en el aire, la cual prendió la chispa de los vuelos en globos, inflados a fuerza de calor. Atrás: Fue la leyenda antigua de la pifia de Icaro con sus alas derretidas por el sol, lo que advertiria a los más audaces de la inconveniencia de tratar de subirse a una nube. La contundente lección cambió la tendencia de "subir a la nube"  por el opuesto de "bajate de ese nube". Asì, el cielo fue convertido en simple lienzo en blanco  para pintores y poetas, muchas veces tan extasiados o en contemplación profunda, que fueron llamados a bajarse de la nube por recomendacion de familiares y amigos. Ahora: Para la navegación aérea y espacial, ya no encierra mayores miste

  Esta expresión resulta de moderado impacto para quienes saben que e se lugar al que con frecuencia se quiere enviar a los estorbos, es mencionado formalmente desde el siglo XV -más o menos-, cuando da nombre al puesto en la cumbre de bergantines y carabelas. Haría falta un  estomago bien atornillado para soportar el bamboleo desde el tope del palo mayor de esas naves, y por lo que  la distinción de tan alto cargo se convertiría luego en pesadilla. Atrás: De acuerdo con registros antiguos,  ese "carajo" no estaba lejos,  aunque sí bastante arriba. Sin embargo, fuera del entorno de la navegación en aguas de  lagos, ríos y mares, simplemente se le hallaría distante al máximo, pero de la vista.   Así, "el carajo" sobrepasó limites de aldeas,  comarcas, pueblitos, barriadas, hasta donde fuera difícil tropezar con estorbos, ya condenados a salir de circulación irremediablemente. Ahora: Resistir a la maldición de "lárgate al mismísimo carajo" se ha co