I. LICEO MIGUEL PEÑA DE PUERTO CABELLO (Parte I) Alberto Sosa Olavarría




LICEO MIGUEL PEÑA DE PUERTO CABELLO

Alberto Sosa Olavarría


Por la acusiocidad de mi apreciado coterráneo Dr. Alberto Sosa O. -y la de sus notables acompañantes- fue  posible el entramado que sigue de páginas delineantes  de una juventud común, excepcionales en las instituciones allí mencionadas, junto a muchos de los educadores y educandos del siglo XX en aulas del porteñísimo terruño.  El mejor deseo del autor del Blog es porque sirva de listón por superar a quienes tomen la antorcha de la enseñanza de nuevas generaciones  en el Puerto Cabello natal que nos identifica. JDFA/Comunicadorcorporativo.blogspot.com 



Dedicatoria


A Mis padres por por su amor y haberse preocupado por nuestra
educación
A Mi Esposa, Hijos y nietos, por permitirme estar en sus corazones
A mis compañeros de la VI Promoción de Bachilleres en Ciencias
“Demófilo Mederos”. 1965
A Todos mis profesores que durante mi vida estudiantil me estimularon
por elegir el camino correcto de la superación
A todos los que aman el Lar Porteño, y orgullosamente ostentan el
gentilicio de “Porteñísimos”
Agradecimiento
A la Lic. Marbella Diaz de Sabatino
A Lic. Days Figueroa de Sosa
A las Profesoras: Blanca Silva de Díaz, Elvia de Pino, Vestalia Rojas
de Donquis, Emilio José Jiménez, Juan J Romero Oliveros, Mariano
García Ibarra
A los Miguelpeñistas: Enrico Sabatino Hernández, Eleazar Lara
Pantín, Luis Freites Silva
A mis condiscípulos: Hilda Rodríguez, Aida García, Doris Marcano,
Maritza Maduro, Osmel Ghersi M., Violeta Valverán, Esther Rojas
A todos los Miguelpeñistas que sufren el duelo por la decadencia de
su Alma Mater Liceísta


 PROLOGO

Nuestro coterráneo, Dr. Alberto Sosa Olavarría, médico, profesor
universitario y, sobre todo, apasionado por la historia del terruño natal,
nos ha solicitado unas líneas que sirvan de preámbulo a su trabajo
titulado Crónica Fatal de un Liceo Emblemático, tarea que
asumimos con gusto por ser Alberto un porteño de raigambre y gran
aprecio, miembro de familia amiga, de esas que como la nuestra
cimentaron entre ellas sentimientos y afectos al calor del viejo puerto.
La Venezuela que emerge de la gesta independentista es una de
muchas necesidades, en la que la educación deberá esperar su turno.
A principios de la séptima década del siglo XIX, por ejemplo, las
estadísticas arrojan un panorama nada alentador, pues de los 117.605
habitantes que conformaban la población del estado, 98.812 no sabían
leer ni escribir. Visto en singular el puerto, las cifras hablan por sí solas
ya que, de sus 14.273 habitantes, solo 3.778 sabían leer y escribir, lo
que pone de manifiesto las necesidades en materia educativa para la
época. En efecto, la primera escuela pública de varones en la ciudad
abre sus puertas en 1832, regentada por Ignacio Arosena, se trata de
la misma que años más tarde dirige el periodista e impresor Rafael
Rojas, quien desarrolló una extraordinaria labor educativa en pro de la infancia porteña. Lamentablemente, Rojas abandona la conducción de
la escuela en 1844, y aunque se abren otras escuelas de hembras y
varones, ellas no alcanzaban a satisfacer las necesidades. La
situación mejora notablemente cuando inicia sus actividades el
Colegio “Jáuregui”, regentado por el Profesor Antonio M. Cerrato,
guatemalteco de grato recuerdo entre los porteños, establecimiento
del que se dice fue uno de avanzada en la enseñanza, al menos
durante la octava década del siglo diecinueve, pero que cierra sus
puertas cuando Cerrato es asesinado producto, al parecer, de una
discusión política.
Puerto Cabello y Valencia, como era de esperarse, concentraban el
mayor número de escuelas federales, municipales y particulares para
varones y hembras del estado, totalizando 75 establecimientos; sin
embargo, estas se dedicaban a la instrucción primaria, así que
concluidos los estudios solo los jóvenes con posibilidades económicas
eran enviados a Caracas y, principalmente, a Europa, cuando no a
Curazao, para completar su formación. La situación no varió hasta
bien entrado el siglo veinte, lo que justificaba con creces la apertura de
un centro educativo de secundaria, lo que explica la importancia que
para la ciudad tuvo, entonces, la apertura del Liceo “Miguel Peña”,
cuya historia y avatares nos cuenta ahora Alberto.

Al revisar los antecedentes de muchos de los centros educativos
locales, se observa que su apertura se debió en buena medida a la
iniciativa de particulares y organizaciones religiosas quienes,
lógicamente, buscaron el apoyo de los organismos gubernamentales
para su concreción y sostén. Este fue, ciertamente, el caso del Colegio
Sagrado Corazón de Jesús (1892) y el Colegio San José La Salle
(1921), también el caso del Liceo “Miguel Peña” impulsado su
establecimiento (1944) por la colectividad porteña y el esfuerzo de un
grupo de visionarios porteños, con el más tarde Dr. Alcides Rosas
Domínguez a la cabeza.
Los inicios, desde luego, no fueron fáciles. ¿Acaso ha sido fácil para la
educación y cultura, en nuestro país, la consecución de recursos económicos? El liceo inició sus actividades en la sede del Gremio de
Artesanos, pasando luego a los espacios del Colegio República de
Honduras y otros. Pero, conviene recordarlo, el liceo tenía el apoyo de
la comunidad al punto que en el Memorándum que la Sociedad
Amigos de Puerto Cabello dirige el año 1952 a la Junta de Gobierno
de los EE.UU. de Venezuela, incluye en el pliego de necesidades para
la ciudad la de dotarlo de un edificio propio que terminara con la
itinerante marcha del liceo por espacios poco idóneos. La petición la
firmaban, entre otros notables, el Dr. Adolfo Prince Lara, N.D. Dao,
J.R. Cevallos O., Dr. H. Capriles Stürup, Oscar A. Díaz Rust, Dr.
Rafael D ́Arago Flores, Dr. José Rafael Clavo López, Juvenal Mac
Kinley, Carlos Fernando Meier, Alfredo Luis Capriles y Arturo Pardo.
Finalmente, se vería cristalizada la propuesta, contando así el liceo
con una sede apropiada que le permitía alojar una matrícula superior
al millar de estudiantes, al tiempo que una nómina de calificados
docentes, que incrementa los cursos que impartía, ya no dedicados
únicamente al bachillerato diversificado, sino a otras materias más
comerciales y de índole práctica. Sus aulas se convierten en
abrevadero de destacados profesionales y virtuosos ciudadanos, una
labor reconocida por la ciudad y el empresariado; no en balde en 1989
es reconocida como Institución del año, por nuestra centenaria
Cámara de Comercio.


Por eso cuando el Dr. Alberto Sosa Olavarría nos entrega este esbozo
histórico, creemos propicia la ocasión para recordar que al margen de
la difícil situación económica que atraviesa el país, la fallida política
educativa del gobierno y su empeño de ideologizar la enseñanza, el
Liceo “Miguel Peña” desde sus inicios, nunca ha estado solo ya que es
patrimonio de todos los porteños. Quizá sea el momento de tenderle
una mano para que continúe siendo faro que alumbre la inteligencia y
reviva la conciencia. Alberto, sin duda, nos lo recuerda y nos convoca.

José Alfredo Sabatino Pizzolante

Puerto Cabello, 11 de septiembre de 2021.


EL EPONIMO: Dr. Miguel Francisco Peña Páez
(Valencia, Venezuela, 29 de septiembre de 1781 - +Valencia 8 de
febrero de 1833).

Muchos recordaran su nombre vinculado al célebre movimiento “La
Cosiata”, que tuvo su origen en la “Casa de La Estrella” en Valencia,
que motivó a la construcción de la frase “Valencia donde Nació
Venezuela”, ese movimiento dio al traste con los sueños de El
Libertador de unir a Venezuela con la Gran Colombia. Con “La
Cosiata”, el aborto del proyecto original, se inicia en una gran
conspiración en contra de Bolívar para separar a Venezuela de la
Gran Colombia, pues económicamente y políticamente, era imposible
mantener dicha unión, ya que funcionaba en base al centralismo, y por
otra parte, el enfrentamiento entre líderes independentistas con
intereses contrapuestos era evidente.
Para hablar con propiedad sobre la Constitución de 1830 aprobada por
el Congreso Constituyente de Valencia, el 22 de septiembre de 1830 y
los sucesos de entonces, resulta indispensable invocar la presencia
señera del combativo patriota, la actitud y el comportamiento del Dr.
Miguel Peña, fue la de un político de elevadas miras, la de un hombre
de Estado, en la acepción más pura del término y la de un legislador
constituyente que sabía a ciencia cierta, que era necesario trabajar
con los materiales aportados por la realidad circundante, para llevar a
feliz término la exigente tarea de echar las bases constitucionales y
políticas, sólidas e inconmovibles de la naciente República.
Hábil y elocuente en el manejo parlamentario, supo batirse con
adversarios y enemigos muy inteligentes y capaces, pendientes
siempre de hacerle morder el polvo de la derrota. Su verbo
elocuentísimo iluminó los augustos salones de la hoy "Casa de la
Estrella", emocionando siempre a la concurrencia con el encendido
brillo de su preclaro talento, así lo certifican los historiadores.


Valencia sufría la opresión de 300 años que mantenía Caracas, al
punto que los caraqueños clausuraron el Puerto de Borburata, para así
construir el puerto de La Guaira, e impedir que los valencianos
tuvieran acceso al mar, tal y como reseña Cubillán Fonseca, Miguel
Peña fue nombrado consejero del General José Antonio Páez, y en
esa calidad, tuvo un papel clave en la separación de Venezuela de la
Gran Colombia.
Gracias al Congreso Constituyente en la "Casa de la Estrella", cuando
Venezuela se separa de la Gran Colombia, Valencia vuelve a ser
Capital de la República, pero ese mismo año Páez, es convencido
para que regresara a Caracas "con la Capital detrás" , y Valencia
pierde definitivamente este título, el 30 de mayo de 1831. Peña
conspiró activamente con el General Páez, para alcanzar la secesión
de Venezuela, y "sin ningún pleito, ni guerra, sino con diplomacia,
movió todos los arbitrios para destruir sueño de Bolívar", explica
Cubillán Fonseca.
Sus méritos políticos se vieron desacreditados, cuando en 1826 se
admitió en el senado una acusación en su contra, por la pérdida de
veinticinco mil pesos. Peña había sido comisionado para traer de
Cartagena a Caracas 300.000 pesos, que correspondían a Venezuela
en la distribución del empréstito inglés, y entonces él se apropió del
25.000, alegando que se trataba de una ganancia particular que le
tocaba por el cambio de monedas; según el "Diario de Bucaramanga"
escrito por Perú de Lacroix, el propio Libertador reconoció que Peña
se había robado "solo" 25.000 pesos.
Hijo mayor del primer matrimonio del comerciante canario don Ramón
Peña y Garmendia, con María Antonia Páez, también de igual origen.
Estudió en la Universidad Real y Pontificia de Caracas, donde recibió
el título de abogado o Doctor en Leyes, fue asesor jurídico de la
comisión de España para discutir con Inglaterra el destino definitivo de
la isla de Trinidad (1808), en la transición de ésta de manos españolas
al dominio británico.

Cuando comenzaban a surgir las ideas de independentistas, Peña se
sumó a la Sociedad Patriótica, y el 4 de abril de 1811 pronunció un
discurso contundente que definió la historia de Venezuela, pues pedía
la inmediata independencia del país. Participó en la lucha por la
independencia al lado de Simón Bolívar y Francisco de Miranda. Fue
elegido secretario del Interior y presidente del Consejo de Valencia.
Siendo presidente del Congreso de Cúcuta, como participante firmó la
primera constitución de Colombia. Falleció a los 52 años de edad, en
su ciudad natal el 8 de febrero de 1833.

Bibliografía
1. Ecarri A. Miguel Peña. C.A. Editora El Nacional.
2. Bacalao, Domingo Alfonzo (10 de 2010). «Miguel Peña, hombre
de Estado». Notitarde.
3. Cubillán Fonseca L. Oct 9, 2017. Trabajos de los Académicos.
Biografía de Miguel Peña por Jose Martí.
http://ahcarabobo.com/trabajos-de-los-academicos/biografia-demiguel-pena-por-jose-marti.

(SIGUE PARTE II)

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