DOMINGO 7: ¡QUE LA FIESTA NO PARE!

Venezuela se emperifolla para festejar los doscientos años del  5 de Julio de 1811, día de la declaración de la independencia, a decir de la propaganda oficial tal vez con calculados retornos que se empaparán de la gloria de la efeméride, incluyendo la verdad sobre los restos de Simón Bolívar, movilizaciones, comidas y estreno de vestimentas rojas, música, bebidas,  escenografías, luces y  fuegos artificiales, con  presupuestos suficientes para darle nuevo impulso al ladilloso guión de las convocatorias a las plazas públicas,  cada vez menos concurridas.
En la Venezuela empobrecida del 2011, el derroche de esta celebración resulta un insulto a quienes fueron protagonistas en la magna fecha original, y que el mayor boato al respecto lo dispusieron para el 14 de Julio, con motivo  de la "solemne publicación de nuestra Independencia" con repique de campanas, salva general de las tropas, iluminación, etc. Ese día también se enarboló oficialmente, por vez primera, el Pabellón Nacional.
Al día de hoy, tanta logística gubernamental decretada para la ocasión estaría mejor aprovechada en obras que debieran repercutir en la población en general, y no en unos cientos de reclutas montados en autobuses para llegarse hasta Caracas a participar en el teatro del disimulo patriótico. Si se contara en Venezuela con un régimen responsable, la preocupación por fiestas se cambiaría por la de reorientar los gastos a resolver el hacinamiento de los damnificados;  a detener la inflación en las clases más necesitadas con medidas de fondo que dificulten su retorno en el mediano y largo plazo; y a atender en serio los problemas agravados de todos los servicios públicos, sin excepción alguna.
Pero ya que no vendrán esos imprescindibles regalos para dignificar a los habitantes de esta nación de Bicentenario, y que se quiera aturdir con música como en el hundimiento del “Titanic”,  uno de los diputados de hoy sin el complejo de  foca podría intentar al menos un decente esfuerzo para sintonizar con  el espíritu de los integrantes de aquel Congreso Constituyente originario como ninguno. Los pioneros,  en representación legítima de la soberanía popular, dieron forma a un  poder legislativo independiente, cuyo parentesco nominal le queda muy grande a la actual Asamblea Nacional de mayoría sumisa interna al poder ejecutivo,  y externamente a los extranjeros que le facilitan sus patrones de leyes para ser imitadas a la cubana.  A tantos despropósitos también se suman otros bochornos como la verruga “anti-talanquera, y el adefesio ventajista de la proyectada legislación del Deporte.
A la única celebración popular de ese 14 de Julio de 1811 se había llegado tras el juramento del día 8, cuando en rechazo absoluto a la exclusión como mediocre arma política, se selló un compromiso con la sociedad entera  para la aprobación del texto del juramento que debían prestar por igual las autoridades, corporaciones, militares, eclesiásticos, funcionarios y ciudadanos, al ser promulgada la Independencia.
En los discursos del oficialismo de este 5 de Julio, y días siguientes, quizás avergonzados de aquellos próceres, nadie recordará que en ese juramento de 1811, después de la invocación “a Dios y a los Santos Evangelios, que estáis tocando”, se concluye con el voto  de “obedecer y respetar los magistrados constituidos v que se constituyan y las leyes legítimamente sancionadas y promulgadas; oponerse a recibir otra dominación y defender con vuestras personas y con todas vuestras fuerzas los Estados de la Confederación venezolana y conservar y mantener pura e ilesa la Santa Religión Católica, Apostólica, Romana, única y exclusiva en estos países, y defender el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María Nuestra Señora”. Tal vez dirán que lo de la religión podría pasarse como mojigaterías de una época superada, pero el resto sería tontería  o formalidad absurda inaceptable, que no viene al caso en estos tiempos revolucionarios.

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