DOMINGO 7: Honor al Mérito
Como pieza de
museo arqueológico, según el destino que
corresponde a objetos que tuvieron valor para comunidades desaparecidas, así
terminarán los pergaminos, placas y medallas otorgados para honrar méritos de
quienes destacaban en un territorio, que
fue posteriormente devastado por la República Bolivariana (“RB”). Antes de la
debacle, era corriente encontrar por allí algunas trayectorias de cumplimiento
excepcional de deberes, casi siempre con poca o ninguna compensación a cambio.
La ruptura con
la sana tradición comenzó y se extendió colectívamente después de asistir por
radio y televisión, en vivo y en directo, al altanero reconocimiento
público del incumplimiento de deberes, objetos
de delitos de falsos juramentos ante Dios
y la Patria además, a principios de febrero de 1992. Cuando la ofensa se hizo
régimen, la línea oficial impuso la burla de deberes restantes, como el respeto de lo ajeno, a la verdad, la vida, y crecieron
pandillas para el atraco callejero, y el atentado continuado contra bienes y
personas. La pillería se modeló desde lo alto y se proclamó derecho para quien
tuviera hambre, aunque se asimilaba ampliamente tras cualquier acto electoral, propiciado
con sobornos ventajistas para atornillar en el poder a los propagadores del
terror y sus cómplices.
Los deberes cumplidos con creces, que tradicionalmente merecían
reconocimientos de medallas de oro de honor al mérito, desaparecieron de la
dinámica ciudadana con el envejecimiento de “RB”, y se suplantaron primero con desvergüenza
propia de zona de tolerancia, para justificar la entronización de
alguien en estado imprescriptible de falta grave a los derechos humanos. Si esa
piel ruborizada de muchos, de mentira, no hubiera sido suficiente desagravio al
deshonor convicto y confeso, entonces se
agregó una semana al año, la de los 4 de febrero, para celebrar la muerte del
mérito reconocido universalmente. Fuegos artificiales, paradas cívico-militares
obligatorias y devoción en plazas, escuelas, y principales recintos gubernamentales completaron la monstruosidad.
El mayor deber perdido sería el de informar cabalmente al pueblo, degenerado
a la condición de grotesco disimulo a través de interminables discursos unidireccionales.
Luego con el aprovechamiento fraudulento de nuevas y viejas frecuencias de
radio y tv para aturdir audiencias hasta el agotamiento. El tesoro nacional se saquearía
para la compra de medios de comunicación social apelando al anonimato de
testaferros al servicio de jerarcas. Incluso
con falta de monedas extranjeras para la importación de medicinas y alimentos,
nunca bajarían los inventarios de tinta y papel para pasquines propagandísticos de
distribución gratuita, y otros de enfoque editorial complaciente, ciegos por
completo a un vulgar despotismo de autoritarios civiles y militares.
El agradecimiento de supuestos rescatados
de la miseria sobre la felicidad suprema que disfrutarían a pesar de los
bolsillos vacíos, y las carencias que
afectan salud y alimentación de las
familias más necesitadas, ya levantan sospechas de alguna forma de invalidez inducida desde el imperio de los hermanos Raúl
y Fidel Castro. Los derechos ciudadanos previstos en la Constitución Nacional tampoco
calan en reclamos populares, quizás por la amnesia inoculada que les impediría ver el añadido del deber irrenunciable
de rebelión si se padece opresión, cárcel y persecuciones, y se impone un
destino similar al de la esclavitud sufrida en Cuba, por 55 años. El honor al
mérito, derechos y deberes están abolidos igualmente en la Isla, con la
excepción de los derivados de los antojos que empalagan a la dictadura.
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