El papel ha muerto ¡Viva el papel!


EL NACIONAL - Domingo 20 de Febrero de 2011
Siete Días/7



Siete Días

SIMÓN ALBERTO CONSALVI





E n 1978 Miguel Arroyo escribió un magnífico texto titulado "Cuento del papel". La pasión de Miguel se tradujo en erudición. Amaba el papel y todo lo que éste había significado y significaba en la historia universal y, particularmente, en la historia del arte.

Allí leemos que, según relatos antiguos y contemporáneos, el papel fue inventado en el año 105 de la era cristiana por un inteligente eunuco chino llamado T’sai Lun. Miguel explica que el inventor era enemigo del despilfarro y, "obsesionado por la idea de encontrarle utilidad a los retazos que quedaban de las telas empleadas para escribir, T’sai Lun tomó una buena porción de esos sobrantes, los humedeció, los batió hasta casi desintegrarlos, los sumergió en una cuba con agua y recogió la pasta que así había obtenido en cedazos de cáñamo o bambú preparados de antemano". De ahí nació el papel, de los retazos de telas "mojadas, majadas, estrujadas, prensadas y puestas a secar...".

Miguel refiere que pasaron más de mil años para que el papel encontrase el camino hacia Occidente. "Cuando en el año 1150 de nuestra era el papel y los modos de hacerlo pasaron de Marruecos a España, los europeos mantenían la costumbre ­iniciada en Pérgamo en el siglo II antes de Cristo­ de sacrificar corderos recién nacidos, terneros nonatos y cabritos en cierto modo imberbes, para con sus tiernas pieles ­despojadas de todo pelo o vellón­ y lijadas y pulidas hasta punto de brillo, hacer sus pergaminos".

A comienzos del siglo XIII, el papel pasa de España a Italia, Francia, Alemania, Países Bajos, Inglaterra. Cuando el papel llegó a Estados Unidos, se dieron casos como el de un industrial de Maine que importaba momias de Egipto y utilizaba los trapos de sus vendajes para producirlo en tiempos de escasez.

Miguel anota algo que no puede obviarse: al llegar el conquistador Hernán Cortés a México, en 1519, encontró que mayas y aztecas ya fabricaban su propio papel, que obtenían de la corteza de la morera, los unos, y de la higuera, los otros.

Cuando Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles en 1440, el papel inició la odisea de la historia, la gran revolución de todos los tiempos, la revolución de las ideas. Terminó el privilegio de los copistas medievales que iluminaban sus refinados pergaminos para las aristocracias o las altas jerarquías eclesiásticas. El saber dejó de ser monopolio de príncipes y cardenales.

Durante cinco siglos, los plebeyos del planeta pudimos leer y contagiarnos con todos los herejes que en el mundo han sido, a pesar de que la Santa Inquisición trató en vano de salvarnos de las llamas del infierno.

A finales del siglo XX, sabios y tecnócratas profetizaron la muerte del papel. Los periódicos dejarían de ser impresos en él y a los lectores se nos abrirían otras inimaginables opciones.

La aparición de Internet confirmó la profecía.

Internet subvertirá el mundo del siglo XXI, como lo hizo Gutenberg en el XV. La red revolucionó la idea de la política, y nunca más volverá a ser lo que fue, reducto de conspiradores contra la opinión de la gente. La información depurará la política. Ya existen países, organizaciones de variadas características, cuyas cuentas públicas están en la web.

Llamarlas "públicas" ha sido una ironía. Ha proliferado el secreto. En los días por venir no se pondrá mentir impunemente, ni falsificar los hechos ni ocultarlos. Los dictadores probablemente enloquezcan, y tendrán buenas razones para perder el juicio, porque la era digital los condena. Su tiempo no es este. Están más cerca de la Edad de Bronce. La democracia será transparente. La piedra de toque: "accountability".

Google, Facebook, Twitter, Youtube, los blogs, se convierten en fenómenos impredecibles. Wikileaks es apenas un signo del porvenir. Estamos sólo en las vísperas. La Unesco ha puesto en Internet la Biblioteca Digital Mundial. Para la educación y la cultura se abren horizontes sin límites. El "cajero automático de libros" permite adquirir el que se quiera, impreso en papel elegante y grato al tacto y a la vista, en tres minutos. Ya existe un diario para iPad.

Obviamente, sobre el periodismo y los periódicos la red plantea los más grandes desafíos. No pocos han desaparecido, otros optaron rápidamente por sus ediciones electrónicas. Un gran número navega en las dos aguas, el papel y la red. No sé cuántos diarios están en Internet, un directorio nos lleva país por país y su número es abrumador, en sesenta minutos podemos leer los que nos interesan o, simplemente, "ojearlos"; están escritos en más de cien idiomas y la opción es de cada navegante. No es la Torre de Babel.

El periodismo seguirá siendo periodismo escrito y el periodista será desafiado a una competencia de imaginación que integre al lector, dialogue con él, lo ilustre, lo considere persona y, al mismo tiempo, lo entretenga. El legado de Gutenberg sobrevive en la gran metamorfosis. Igual sucederá con el papel. Tiempo al tiempo.

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