CUENTO “El Día Después”, por Josué D. Fernández (*)

Al amigo Miguel Ángel Alvarez Cumare  (Q.E.P.D.), asiduo acompañante de estas líneas, y cuya chispa se fue con esta luna llena para unirse a la Gran Luz del Universo.


El día después es el peor que sigue a cualquier maxi celebración o cumbre, en la cima más alta o al nivel del mar, da igual; y alcanzaría a la serie completa que va desde ricos por peculado a desalineados, incluyendo desubicados y coleados. En particular los festines que nada les cuestan a los convidados, con frecuencia llevan a excesos y desenfrenos, cuyos efectos empiezan a patentizarse antes de ver volar a músicos y mesoneros.



─Algo me decía que la fiesta debería seguir hasta impedir la salida del Sol─ se repetiría a la par como estribillo debajo de cada almohada, clavada con tachuelas a sinnúmero de cabezas negadas a levantarse. Sólo se oiría de sordo complemento, el estruendoso sonido de la tortura del vacío sin fin. Asi, apenas ojos medios entreabiertos tomaban conciencia de que ya pasaba de la una de la tarde, y habría que despertar a complacer a verdugos, los cuales dependían de mis pasos para sobrevivir, y no negociarían salidas que dieran por terminado sus privilegios y fácil dependencia.

Que felicidad verdadera aquella de mi  niñez y del lugar donde crecí. Mojarme bajo la lluvia. Las frutas arrancadas a las ramas bajas de los frutales. Descubrir letras que decían cosas mientras las juntaba. Reñir por malcriadeces. Correr a casa para comer, o para dormir cuando serían las siete.

Recordaba a la tierra a la que nunca podría volver porque estaba negada a quienes vistieron de tránsfugas verde oliva, para asaltar fortunas ajenas de inculpados indiscriminadamente,  sometidos a juicios sumarios. Como saldo de arrebatones, nadie quedaría al final con mucho de interés para llevar a alguna casa de empeños.


El estruendoso sonido de la tortura del vacío sin fin se hizo doblemente grueso, pero insuficiente para ahogar el ruido del viento, con la fuerza del rechazo de los ignorados a participar del festín,  el cual rebosaba de penurias insatisfechas de los más necesitados. El temor al día después no abandonará mis nervios.







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