El paraíso perdido: “el Paraíso se encuentra, vive y respira en nosotros mismos”
A propósito del
2015 que se apaga y de radiantes amaneceres por llegar, con la reposición para
los lectores de www.comunicadorcorporativo.blogspot.com de este escrito de Rodolfo
Izaguirre, publicado en “El Nacional”, va atado nuestro saludo de navidad y año
nuevo, y mejores deseos porque LA LUZ
perviva en familiares, amigos y conocidos.
El paraíso perdido
RODOLFO IZAGUIRRE29 DE NOVIEMBRE 2015 - 12:01
AM
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Para Giuseppe y Jenny
Se dice que encontraremos el paraíso perdido solo
después de haber alcanzado y conocido “lo infinitamente pequeño y lo
infinitamente grande”; lo que, a su manera, proponía William Blake ya avanzado
el siglo XVII: “Para ver un mundo en un grano de arena y un paraíso en una flor
silvestre sostén el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una
hora”.
También se asegura que para llegar a él se precisa
recorrer un camino que conduce a un centro místico desde donde brotan ríos
esenciales y en la plaza mayor, más allá de cualquier latitud u horizonte
conocido, hay un palacio dorado donde vive y reina un príncipe cubierto de
polvo de oro y creemos hallarlo allí, pero mientras lo buscamos nos extraviamos
y sucumbimos, perecemos en rumbos ajenos, en florestas hostiles sin percatarnos
de que el Paraíso se encuentra, vive y respira en nosotros mismos y por torpeza
e ignorancia emprendemos su búsqueda, infatigable e infructuosamente, en
lugares inalcanzables porque se nos hace difícil, por no decir imposible,
sostener el infinito en la palma de nuestra mano. Y en nuestros confusos e
intermitentes ramalazos de claridades rastreamos por toda la geografía humana
las llaves de la memoria y la rosa del conocimiento sin saber ¡que las llevamos
dentro! ¡Es tan poco lo que sabemos de nosotros mismos, entrabados como estamos
por el orgullo y la vanidad de creernos necesarios e indispensables! Recorrer
con humildad senderos espirituales puede conducirnos al paraíso pero el paraíso
también puede estar en el cuerpo de la mujer o en la apostura del hombre y
podemos encontrar en esos cuerpos deleites y desilusiones, ascensos y caídas,
palacios de oro y la eternidad en una hora. Se dice, también, que el “descanso
semanal” es una imagen temporal del paraíso.
En 1667, John Milton describió la caída de Adán y
la precipitación del conocimiento en las profundidades de la materia
entrelazados con la rebeldía de un ángel resplandeciente y luminoso que, al
caer junto con nosotros, fue obligado a cambiar su nombre de Luzbel por el de
Satanás y su radiante hermosura se transformó en un ser deforme y abominable,
pero tan astuto que ha sabido reinar con persistente encono sobre toda la faz
de la Tierra oculto tras la cruz del cristianismo; exponiendo dogmatismos brutales
entre las páginas delMein Kampf, del manual marxista
estalinista de Plejánov, del Libro Rojo de Mao o los
“pensamientos” del Che Guevara y, hoy, de las feroces, despiadadas e inventadas
entrelíneas del Corán y la ominosa preparación de una terrorífica guerra santa,
una tercera guerra mundial abominable porque el enemigo sería el kamikaze
musulmán indetectable que puede estar a tu lado, nacido en tu país y apoyado en
un tecnología cada día más peligrosa en la medida en que contribuye a arrasar
el mundo mediante la inmolación.
Comparado con el submundo larvario y bolivariano en
el que me abismo y me obligo a subsistir, me pregunto si aquella cuarta
república que me vio nacer y hacerme el hombre que soy, imperfecto por ser
humano pero democrático en mis comportamientos, no sería el paraíso de las
ilusiones que perdí cuando la república cayó al vacío desde el momento que se
escuchó una voz ordinaria decir: “¡Por ahora!” anunciando, sin que nos diéramos
cuenta, una catástrofe mayor que nuestra propia caída a las profundidades del
desacierto político, a la fosa del estrepitoso fracaso económico, la intolerancia
social, los acosos al lenguaje, al conocimiento y a la vida cultural.
Perder el paraíso para el venezolano de la hora
actual significa abandonarse, pervertirse, tropezar dentro de una quincalla
ideológica y contaminarse; caer en la confusión y alimentar el desinterés por
lo humano, es decir, por el carácter sagrado de su vida. Aceptar la indignidad
de un régimen perverso y autocrático. ¡Abrazarse a la ignominia! ¡Llenar el
corazón y el alma de desencantos y desolaciones y ser expulsado nuevamente del paraíso!
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