Llama de Pascua, por Josué D. Fernández (*)

En la vigilia de este sábado de gloria de  2017, según la  tradición de la Iglesia Católica, un brote de fuego habría tenido origen fuera de los templos como instancia  previa del encendido del cirio pascual. En Venezuela, no obstante, esa llama también desvelaría los oscuros propósitos de dominación extrema del pueblo, a  fuerza de engaños, violencia militar y paramilitar desbordada, con sello de régimen dictatorial comunista de inoculación castro-cubana.


La represión fue y es la orden oficial contra voces pacíficas en las calles, que reclaman la  restitución de la independencia de los poderes públicos y especialmente de los tribunales, así como el rescate del poder cívico del voto democrático. Conjunto petitorio inaceptable para fichados golpistas y terroristas de oficio al mando, cuyas realizaciones se miden en muertos, heridos, presos políticos,  torturados, y detonaciones de balas, gases tóxicos y perdigones, otras asfixias y censuras. El tesoro nacional privilegia fondos inagotables para mantener al día un exclusivo pertrecho que garantice la frustración de desplazamientos hacia sitios de concentración donde se eleven proclamas de libertad.

A pesar de las dificultades para las coberturas regulares de la prensa, algunos registros serios preliminares mencionan 6 asesinados y 470 arrestos, de acuerdo con El Nacional de Caracas. Los medios no oficialistas son víctimas de duro acorralamiento con la negación del acceso a sus insumos que vienen de afuera, el atropello a los reporteros, la persecución  y la cárcel, destruyendo sus instrumentos de trabajo, a la vez que se clausuran canales locales e internacionales, y se impide la presencia de periodistas extranjeros de sumisión por comprobar.

Aun con tantas medidas opresivas, se ha logrado fotografiar células paramilitares de desalmados reclutados por la dictadura, tomando provisiones de armamentos y municiones en destacamentos de las fuerzas armadas nacionales, quizás para atenuar la vileza en el poder y hacer aparecer cualquier daño como resultante de una guerra de pueblo contra pueblo. Estos mercenarios se cuelan de igual forma entre los manifestantes legítimos para delatarles, e incluso culparles de destrozos suyos que enseguida atribuirán a los grupos ciudadanos en las protestas.


Lo cierto es que el país entero ha sido herido con inocultable saña en sus reservas de mayor nobleza,  poniéndole a llorar por sus hijos muertos, acompañando a familiares y amigos desconsolados por esas pérdidas que sólo son ignoradas por la tiranía.  Un amargo capítulo adicional a sus graves estragos, y a los que habría que sumar el abandono del pueblo por falta de alimentos y medicinas, y por la acción de delincuentes fuera de control.

Con sentido bíblico revisado, ahora estaría presente además una  zarza de esperanzas, la cual comienza a arder con el vigor de los espíritus de una mayoría que despierta del aturdimiento propinado por populistas durante los últimos 18 años. Como nunca antes, se siente voluntad colectiva para mantener la zarza ardiendo, sin grandes temores, mientras no ocurra el cambio indispensable que haría posible retomar la paz y el progreso de la República.


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