ATAQUES DE AVISPAS, por Josué D. Fernández (*)
Rara vez los ataques de avispas
ocurren adrede. Lo común es que sus enjambres arremetan de manera defensiva, después
de una alteración provocada en el discurrir de las jornadas habituales en sus colonias.
La reacción consiste en picaduras múltiples e indiscriminadas a los seres que encuentren próximos a sus nidos,
con graves daños en especial para quienes resulten alérgicos a esos aguijones
ponzoñosos.
El temor a los ataques de avispas
está bastante generalizado, y demanda apartarse de sus trayectos a la brevedad
posible. La conmoción que provocan quedó registrada en grande por la prensa
en julio de 2016, cuando en el estadio
“Alberto Spencer” de Guayaquil, a nueve minutos de iniciado un partido de
futbol, el campo fue asolado por una fuerte embestida de los insectos. Tras una
espera de una hora se decidió finalmente postergar el encuentro, de modo de
garantizar la seguridad de los asistentes.
Experiencias de esa naturaleza,
en diferentes escalas, se han repetido antes y
después en muchas ciudades por todo el mundo, y de allí que cualquier
persona intuye el peligro, desde pequeña, apenas escucha algún zumbido que le
va ensordeciendo progresivamente. El
problema ha alcanzado tal difusión, que a muy pocos mentalmente sanos se les
ocurre temerariamente ignorar las advertencias de lo nocivo de alborotar los
avisperos.
“Jurungar las avispas” se ha
extendido como etiqueta generalizada de
conductas que deben ser evitadas, y se aplica igualmente a situaciones entre
humanos en las que se juegan daños y ofensas a individuos o grupos de
ellos. En ese sentido, son bastante
sospechosos y preocupantes los hechos de hoy en Venezuela, donde se padece un
permanente acoso de palabras y acciones con repercusión hacia adentro y
afuera, en una especie de tensión
creciente sobre una cuerda institucional que cada día es más delgada.
La lista de conocidas
provocaciones a las muchedumbres -en proceso forzado de metamorfosis a enjambre
social, colmada la paciencia por el trato equivalente a abusos a minusválidos sin capacidad de respuesta en el
presente o el futuro-, incluye la prisión arbitraria de dirigentes contrarios a
la ideología del régimen, obstrucción de la justicia ciudadana, bloqueo de
votaciones populares, impunidad crasa a delitos oficialistas, desconocimiento
de divisiones constitucionales del poder, y saqueos de riquezas públicas.
Internacionalmente abarcaría las descalificaciones de las máximas autoridades
de la Iglesia, la Organización de Estados Americanos, Mercosur, los líderes de naciones contrarias a la
supresión interna de libertades, y por ahora se añade el recelo por medidas
contra altos funcionarios locales provenientes de los Estados Unidos, y de su
presidente Donald Trump.
Es evidente que las avispas opuestas a la tiranía que rige al país se
hallarían domesticadas o aturdidas por el ruido encadenado de cantaletas, las
cuales escucharían devotamente en los últimos 18 años, en búsqueda infructuosa
del medio “pacífico y democrático” para rescatar la libertad perdida. Mientras
del otro lado, en febrero de 2004 aparecieron comentarios de la penetración de
mercenarios de la dictadura cubana para reprimir a manifestantes a propósito
de la agresión sufrida por Elinor Montes en la avenida Libertador. Diez años
después, en 2014, el régimen desmintió que estuviera contando con la acción de
las fuerzas de elite cubanas, llamadas casualmente “Avispas Negras” porque
“varios diarios aseguran que militares cubanos marchan hacia Venezuela para
ahogar las protestas en “un baño de sangre”. “Las avispas negras acechan en las
pilas de bolsas de basura”, dicen los especialistas.
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