ATURDIMIENTOS, por Josué D., Fernández (*)
Propinar aturdimiento antes del sacrificio, por
medios eléctricos y mecánicos, es una práctica común que se aplica a animales,
en particular cuando se trata de aprovechamientos industriales. Pero, también
se sabe de indígenas y de grupos de exploradores de las montañas y las selvas,
los cuales se confabulan para molestar a las especies que habitan en los
árboles, con ruidos continuados y sacudidas de las ramas, hasta lograr que caigan extenuadas
por la dificultad de posarse en reposo.
El método es conocido a la par en
la jungla urbana, donde se guarda como precepto salvaje, y delito de poca importancia, el
hostigamiento entre menores a través del “bullying” escolar, también las
arremetidas de adultos entre sí de agremiados, sindicalistas, vecinos, los
peajes a colectivos de desposeídos, los cobros de cuentas pendientes de
pandillas rivales, y otras formas de forzar la justicia relegada a manos propias a falta de acceso a instancias
lícitas, o por preferencia de caminos de violencia para zanjar diferencias.
Claro está que ninguna de las modalidades anteriores
es ejemplo meritorio de civilización, de respeto y de sanas vinculaciones; al
extremo que en muchos de esos casos caen sinnúmero de víctimas por simple azar,
por llegar desprevenidamente a un sitio de ofensivas desmedidas. El colmo se
registra cuando llueven agresiones intencionales sobre conjuntos de personas
que operan de buena voluntad, y fallan en comunicar resultados, al defender sus
posiciones, y al incurrir en equivocaciones según evaluación apurada de algunos
segmentos de su audiencia. Bajo ese inclemente chaparrón se encuentra ahora el
tinglado de la Mesa de la Unidad Democrática.
Las redes sociales constituyen hoy una herramienta
superior de presión en vez que de
información, con aureola de “amarillismo” como extraída de los originales
tabloides escandalosos. Sin embargo,
casi deportivamente allí se acepta el fusilamiento a diario de cualquier tipo de prestigio,
mediante el uso de identidades propias,
camufladas, o por obras de piratas informáticos. Desde luego, sin respuestas a
cambio estructuradas adecuadamente en su totalidad, y plagadas de inmediatez, lo más factible
para adversarios y adversados es el sucumbir bajo esas olas mediáticas.
En
ese sentido, viene de prototipo el padecimiento de la oposición democrática
venezolana, en la cual bastante fragmentada
ya se disparan sus células entre si, dando amplia ventaja a un régimen en precarias condiciones,
aunque regido este por la obediencia militar y la confiscación ideológica del
pensamiento único que distingue a sus seguidores. Fuera de las redes sociales,
el daño se percibe de lado y lado, no obstante la búsqueda de reparación
desesperada de "donde
dije digo, dije diego."
La legítima defensa obliga en primer lugar a
determinar con precisión el sujeto del cual es necesario defenderse, y que
tiraría a matar oculto en la acera opuesta, con la ventaja añadida del poder
absoluto usurpado. En un momento dado, el hostigamiento desde allí podría
llegar a altos decibeles, ocasionando confusión y disparos erráticos dentro del
bando a la defensiva cívica ─los que más duelen porque son a quemarropa─. Es
urgente redireccionar la mira de la justicia maltrecha sobre quienes imponen el
régimen de asalto a las libertades ciudadanas, la persecución de disidentes,
las restricciones al acceso de alimentos y medicinas, el secuestro de
sentencias judiciales, etc.
(*)
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