VOLTEAR LA TORTILLA, por Josué D. Fernández A (*)


De tantos engaños, para muchos ya no existen esperanzas porque se encuentren las medicinas indispensables para salvar la propia vida, o la de algún familiar o amigo. Tampoco para alimentar lactantes, y para proteger sus cuerpos aun carentes de defensas naturales para sobrevivir al medio ambiente. La gente común y corriente, menores y mayores, mujeres y hombres,  todos perciben por los poros una sensación de abandono jamás conocida, y menos anunciada con anticipación en periódico, radio, televisora o libro alguno.

Estaríamos resignados  a, de tanto contarlo, que las malas noticias simplemente impregnarán de daños hasta los huesos, y no habría antídotos para evitar la víspera esos efectos indeseables. El asunto se ha hecho tan ordinario, que las especies agoreras vienen ganando terreno con sus malos presagios, para posicionar como mensaje la fatalidad inevitable para poblaciones enteras, y en especial para  los más pobres, y por lo cual el único recurso a mano es el de soportar por encima de cualquier sacrificio posible o imaginado.

La verdad, sinceridad, transparencia, sin embargo, como exigencia de los pueblos, de organizaciones no gubernamentales, así como de periodistas independientes, está imponiendo acciones de clara contundencia a los líderes de las distintas áreas de la sociedad. Sería la primera condición para mantener los apoyos fundamentales para dirigir finanzas, educación, salud, y demás asuntos públicos que, en conjunto, son sufragados por los presupuestos de cada país, a veces con ganancias de usura para sus ejecutores. En competencia leal, bajo un marco de justicia, quienes toman caminos equivocados han comenzado a ser sacados del juego, en la mayoría de los continentes. Es cuestión de tiempo ver la tortilla al revés.

En otros tiempos, y todavía donde impera la ignorancia inducida sin reparar en costos, el engaño mayoritario de la colectividad se empaquetaba fácilmente en informaciones supuestamente “veraces” que se imponían con monopolios de medios de comunicación, ayuda de amanuenses complacientes de escasos escrúpulos, además de altas tarifas para  pago de la omisión de noticias desfavorables a los opresores sociales. Afortunadamente, la dificultad de esos métodos va creciendo con la ayuda de las redes sociales de reacciones  instantáneas, y efecto multiplicador con el trasvase cara a cara entre allegados inmediatos.

El grito de las comunidades integradas en redes ya alcanza eco estruendoso en organismos multilaterales, y empieza a repercutir igualmente en las políticas de las corporaciones, grandes, medianas  o pequeñas. Existe un clamor por transparencia, cuya falta saca de quicio al máximo con el añadido de nuevas denuncias de corrupción o de prácticas desleales de funcionarios, organizaciones deportivas o personajes que se tenían por buenos ciudadanos.

Seguramente “no son todos los que están y no están todos los que son”, en las ollas de los guisos o monstruosidades globales, desveladas en los llamados “Panama Papers”,  los “Vatileaks”, o por individualidades ya famosas como Julián Assange o Edward Snowden, entre otros. Lo cierto es, que la transparencia ha llegado  para quedarse como requisito de negocios, o para aspirar a la admiración y confianza de audiencias potencialmente rentables según propósitos preconcebidos.  Quienes andan de “barbas en remojo” no podrán escaparse ahora con lances de ilusionistas. Quienes vienen detrás, solo tendrán plazos cortos  para hacer traslúcidas las opacidades de su entorno, antes de caer en sus propias marañas. Lo contrario llevará directo a la “Evanescencia de la Imagen”.


(*) Autor del libro “Evanescencia de la Imagen”     
            Páginas del 1-10 en:
            







Comentarios

  1. La evanescencia parece perdurar. Basta releer la historia politica de los ultimos 70 años y aun antes desde mediados del siglo XIX, para apreciar como el robo de los dineros publicos, se ha sembrado y prodigado como una cultura de la codicia rapaz. Razón tenía J.P. Perez Alfonzo, cuando calificó al petroleo como "EL ESTIERCOL DEL DIABLO".

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  2. La evanescencia parece perdurar. Basta releer la historia politica de los ultimos 70 años y aun antes desde mediados del siglo XIX, para apreciar como el robo de los dineros publicos, se ha sembrado y prodigado como una cultura de la codicia rapaz. Razón tenía J.P. Perez Alfonzo, cuando calificó al petroleo como "EL ESTIERCOL DEL DIABLO".

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