DOMINGO 7: ADÁN AL REVÉS


Una fuerte caída del pudor ha ocurrido con el reemplazo a diario de la ingenua expresión “yo no fui”, utilizada en la niñez para evitar castigos; por la envalentonada “yo si fui -¿y qué?-”, tomada de  malandros, y asumida indistintamente como justificación de cosas que salieron mal. Para la versión “light” del asunto, el método sería igualmente una forma de reconocer como propia la culpa de muchos, y hasta merecería admiración por la supuesta valentía al adjudicarse una falta en solitario.

Lo cierto es que se ha vuelto común evitar explicaciones de desaciertos con una rápida confesión de culpa por el percance, de parte de entrenadores perdedores en cualquier deporte, planificadores y proyectistas fracasados, escandalosamente entre corruptos políticos y financieros, o en los jóvenes por bajos rendimientos escolares, desobediencia, vicios y descuidos. Se aceptaría generalmente que a las trastadas no habría que escudriñarlas, cuando ya se tiene a un culpable. En particular, debido a lo  corriente de la infantil evasión de responsabilidades con irrazonables endosos a terceros, o  inverosímiles excusas,

Un capítulo aparte de tal degeneración llevada a extremos repudiables, también lo llenan dirigentes que han condenado a soldados rasos, a campesinos, mujeres  y niños a una muerte casi segura, por ambiciones de poder ajenas a intereses colectivos y en especial de las propias víctimas. En el mundo de hoy abundan los casos de esos genocidios, y otros que exigen un escrito exclusivo, como el de los pueblos esclavizados en penuria, acorralados en su tierra sin salidas, por indiferencias atribuidas a egoísmos y riesgos de afectar comodidades de naciones envidiables por sus riquezas,  forzadas así a  solidaridades dosificadas a regañadientes.

Josué D. Fernández

El teniente coronel Hugo Chávez Frías, cabecilla del golpe militar del 4 de febrero de 1992, constituye una muestra del grave daño causado por conformidad a priori con un simple reconocimiento de responsabilidad sin más (quizás de irresponsabilidad crasa). Hasta vítores y aplausos él se ganó de renombrados creadores de opinión, vueltos traidores a la noción de libertad y respeto institucional, que cavarían fosa a una tradición democrática aunque imperfecta, sobre bases de cuarenta años. La proeza del golpista al salir de su guarida en el museo de La Planicie, una vez prisionero, fue reconocer la autoría del chasco “provisional” de la intentona en cadena de TV y radio, con la increíble complacencia adicional del sistema puesto en salsa. Le darían total indulto después.

Nadie reparó en la ausencia de un propósito de enmienda, de quien utilizaba las armas de la defensa nacional, disparándolas contra personas inocentes a cargo de la guardia de una televisora oficial; la esposa y la hija del Presidente Constitucional, solas en su residencia de La Casona; y algunos transeúntes que tuvieron la desdicha de atravesarse al paso de los asaltantes agazapados en la oscuridad de la madrugada. Muy a la inversa, el mensaje envolvía amenazas de reincidencia sin asomo de pesar por el  medio centenar de muertos causados y unos 50 heridos, destrozos y ultraje a los cuarteles.

De escasas sorpresas entre denunciantes de las diversas plagas por venir, la post-era  de la reseña anterior casi cumple el cuarto de siglo, y 17 de tiranía instalada en una llamada “República Bolivariana”, la cual impone la desfachatez sobre la decencia y los convencionalismos.  Ostentan la consentida intromisión y tutela de la dictadura castro-comunista, remunerada en divisas, materia prima, manufacturas, comisiones e intermediaciones preferenciales. El alzado de 1992 contra ese país  recordado hoy como “Paraíso”,  nunca padeció el revés de Adán al ser expulsado, porque se adelantó a expropiar al edén  y arruinar física y moralmente a sus moradores







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