DOMINGO 7: Abolengo
En el XX
y lo que va del XXI, el abolengo criollo habría estado directamente relacionado
con bienes de fortuna, acumulados en su mayoría por facilidades de los
distintos regímenes asaltantes del país, incluidos los de la República
Bolivariana (“RB”). Así, con poco escudriñar se podría encontrar a los ricos
favorecidos por Cipriano Castro, Gómez y subsiguientes, los de Pérez
Jiménez, los de la “cuarta”, y los más
recientes de Chávez y Maduro. Los métodos siempre serían iguales, testaferros,
comisiones, exclusividades de licencias de importación, contratos de obras
públicas con sobreprecios, tráfico de influencias, y cualquier otro medio de
enriquecimiento ilícito y corrupción para comprar cómplices civiles o
militares.
En la pequeña
minoría de ese estamento de supremo abolengo no podían faltar los complacientes
individuos venidos de la educación, las ciencias y las artes, los cuales
calificarían por oportunos servilismos casi siempre bienvenidos por la casta
dominante -debido a carencias diversas o cierto
lustre indispensable-, o por nexos de sangre o afines con los primeros. Una docena constituiría la “inocente
gente decente”, con argucia para el
ahorro y el ascenso social, así como
al acceso a colegios de pago nacionales y extranjeros,
donde la descendencia haría “valiosas” amistades. En este rango aguantarían
calladitos, y sin meterse en problemas que amenazaran su comodidad.
El
abolengo es detectable actualmente por el alto de los muros de sus residencias
y las medidas de seguridad para franquearlos,
También por el número de guardaespaldas tras cada miembro del grupo
familiar. Igualmente importante, antes y ahora,
es la pertenencia a centros privados muy exclusivos a los que se iría
para jactarse de negocios, posesión de
joyas, ropa y accesorios costosos, de lugares visitados en el exterior,
mansiones alrededor del mundo, aviones privados o de “Pdvsa”, da igual, en los que transportarían a familiares y
amigos; pero siempre lejos de la chusma envidiosa que chillaría por esas
menudencias.
Entre
los grupos del viejo abolengo criollo, así como de los renovados por traspasos
de mandos presidenciales, nada se hablaría del origen de las morocotas y los
pesos guardados en colchones por sus antecesores, ni de las bajas aficiones de llevar en el bolsillo una carterita de
anís, cocuy, miche, o caña blanca. Del chimó mascado, o de la profusión de sus hijos,
hermanos, tíos “naturales” al estilo de las tribus primitivas. Esas anécdotas
relegadas a simples costumbrismos, encontrarían sustitutos en recuerdos frescos
del festín de Nueva York con champaña “Cristal” y devolución de carpacho de
truchas, los “mojitos” durante
frecuentes escapadas a playas de Varadero prohibidas al pueblo cubano, y para
el abolengo ya consolidado las nostalgias de la riviera y la provenza francesas,
Paris y Roma, Lido de Venecia, Marbella, Grecia, Courchevel, Moustique, y
Bariloche.
La táctica nunca cambiaría
para ricos de hoy o de ayer; colocarse a mucha distancia de la plebe, el vulgo,
el proletariado, o el “perraje”, en remedo pobre de grandes magnates, estrellas
de cine, y cantantes famosos, como fórmula para disfrutar en paz, ajenos a
impertinencias indeseables. Característica común al criollo abolengo rancio de todos los tiempos,
creerse por encima de los demás. En la colonia del imperio de Raúl y Fidel, el
abolengo ha resultado tan rancio, que su fetidez solo se aproxima con ventaja
al mal olor desprendido por toneladas de alimentos podridos, antes de reducir
el hambre de los más necesitados.
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