DOMINGO 7: Tokio vs. TV
El trajinado lugar común de “la
realidad supera a la ficción” pareciera demasiado enredado de entender, en
especial para los programadores de las ocurrencias de políticas públicas de la
República Bolivariana (“RB”). Al efecto dañino de excesos de mimos, tolerancia,
permisividad, los cuales son harto reconocidos como pesados antecedentes de
malas conductas, ahora aparece, una vez más, la musiquita cansona de la
intervención de la televisión para que pague las culpas de la irresponsabilidad
de otros.
Entonces, la falta de
castigo o de medidas contra la impunidad
no tendría ninguna urgencia en la “RB”, y de allí la desbordada complacencia y connivencia de
las autoridades con malhechores arrestados, como el ejemplo fresco en la cárcel
de Tocorón, en la cual estos regentan su propia “Disco Tokio”, dentro del mismo
penal. De allí que los ataques a la
programación de los canales nacionales e internacionales de TV, no pasan de
burla cruel si se les comparan con el silencio sobre la muerte de Kenlin Alexandra Durán Contreras, de 18 años
de edad, a quien sacaron intoxicada con estupefacientes tras un fin de semana de fiesta, encerrada
con los reclusos, en la mencionada discoteca.
Por el lado de falta de castigo o de razones para
escarmentar en “RB”, la prensa recoge la vista
gorda que refleja cuán consentidos viven los “privados de libertad” –corrección
oficial para denominar a los delincuentes detenidos–, expresada igualmente en
Tocorón en su catálogo de diversiones “5 estrellas” que incluyen strippers,
músicos y “DJ” para animar las fiestas, además del aprovisionamiento
correspondiente de bebidas alcohólicas. Otras facilidades bajo el control de
los “prisioneros” son cancha de bolas criollas, y piscina, además de una
panadería, un parque infantil, puesto de teléfonos, finca con unos 50 cerdos,
todos en negocios estimados en un tercio de millón de U.S.A dólares al mes, según la paridad
reconocida por el gobierno. En especie de plan nacional en progreso, el caso se
repetiría con variaciones menores en el penal de San Antonio, en la isla de
Margarita.
A la falta de medidas contra la impunidad que
desnudan los beneficios anteriores –pero que no se detiene allí– se añadiría la
comodidad que implica el estar preso en ciertas cárceles de “RB”, y estas dos
causas quizás explicarían mejor el por qué de la repetición de delitos más allá
de televisores, telenovelas o series policiales importadas. A pesar de los
altos niveles de violencia y de hechos sangrientos –entre los peores de todo el
mundo–, las autoridades no han podido explicar satisfactoriamente cómo los
autores de esas tragedias se hallan con frecuencia reincidiendo por las calles
de “RB”, a los pocos días de haber recibido alguna gracia judicial o
gubernamental para abandonar la cárcel antes de cumplir condena.
En el tema de la delincuencia activa es tan
indiscutible el record de fracasos alcanzados en “RB”, como lo es la eficiencia
en el combate de esa plaga en otros países sin prestar atención al número de
receptores de TV en poder de sus habitantes, y con las libertades más amplias
para la recepción y transmisión de contenidos o programas –no importa de dónde
provengan–, y con las simples limitaciones de horarios y advertencias a la
audiencia. A diferencia de cómo defenderse de la violencia real cuando falta la
acción efectiva de un régimen, a las familias cuesta nada el bloquear en sus
televisores las estaciones que no desean ver, al igual que lo permiten los
decodificadores de las empresas de canales por cable. Verdaderamente difícil
sería, el intentar apagar a un delincuente.
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