DOMINGO 7: Memoria Desechable
Aquello de “en polvo te convertirás” constituiría una “simple formalidad” de la que estarían exentos los déspotas de cualquier estatura, y cuyo dominio sobre los demás se prolongaría aunque se apagaran sus vidas miserables. Mientras tuvieran gente de rodillas, ellos encontrarían medios para perpetuarse, resistiéndose a descender al nivel que empareja a todo ser vivo al descomponerse sus restos mortales.
Cultos lucrativos altamente rentables, idolatrías inducidas y
aprovechamiento de débiles desamparados, así como muy baja autoestima de
muchos, han permitido la acumulación mundial de monumentos funerarios, en los que se dejaría
constancia de superioridades, aún en grado de cadáveres. En esa onda, en la
“Republica Bolivariana” (RB) se adulterarían las famas acreditadas en “panteones
nacionales” con un antes y un después, acaso
divididos por la “sobrevenida” obediencia a la dictadura comunista hecha en
Cuba. Una forma de marcha en retroceso, emprendida por infelices de “memorias
cortas” –desechables–, de espaldas a los “Terabytes” (1.000.000.000.000 bits), metidos en los nuevos “pendrives” de bolsillo
para auxiliar a olvidadizos.
Simón Bolívar yacería en el “Panteón Nacional” –dejado
atrás–
entre 1876 y 2010, interrumpido por inusitado ataque de aberración en la “RB” al
autorizar el manoseo de su sarcófago y sus huesos. La Academia Nacional de la
Historia ante esa sorpresiva apertura consumada a media noche, con el presunto objetivo de determinar la
causa de su muerte y la identidad de sus restos, exhortó al país entero, “a una reflexión íntima y a una plegaria que
signifiquen y ofrezcan un desagravio al Padre de la Patria, inútilmente
profanado en la tranquilidad de su sepulcro”.
El creador de aquel panteón original, Antonio Guzmán
Blanco, falleció en Francia en 1899 ostentando preseas militares ganadas en
guerras federales, muy envidiadas aquellas por quienes sólo atinaron a dar golpes
de estados a la Constitución y las leyes democráticas. Con la excusa de los
cien años de su muerte, al viejo templo llegarían sus cenizas por gestiones del
Canciller José Vicente Rangel, y órdenes de su Presidente. La ejemplaridad de
Guzmán Blanco sería bastante dudosa, cuando se documentarían sus riquezas, y que su fortuna se forjaría en
gran medida gracias a variedad de movimientos ilícitos ó cuestionables, en manejos
realizados desde la Presidencia.
El “Panteón Bolivariano” se levantaría ahora con
solidaria deuda en rojo, agravada al hallarse cercano al cauce de la quebrada “Punceres”, la cual se desborda e inunda al barrio “Terraplén”
y al estacionamiento de la Biblioteca Nacional, planteando un reto en el
ámbito estructural. Se asegura igualmente que no se esperaría un
siglo, como en el caso de Guzmán Blanco, para enterrar allí a venerables para
los devotos del “movimiento bolivariano” –pariente del comunismo
cubano–, como éstos se vayan
despidiendo por viajes al “más allá”.
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