DOMINGO 7: LA PROFECÍA I
En 2012 se cumplieron 35 años de
la nominación al premio Oscar de la banda sonora de la película del género de terror sobrenatural “La Profecía” (I),
de la que su personaje Damian por bastante
tiempo quitó el sueño a muchos de la generación de finales de los 70 y
principios de los 80. A los quince años de ese suceso cinematográfico, también
en Venezuela se proferiría una profecía recordada en un lacónico“por ahora”, concretada en hechos
posteriores percibidos en sus extremas consecuencias como mortal pesadilla para
los que padecieron desaparición física tal el caso registrado de Franklin
Brito, ó de los que aún sufren persecuciónes prolongadas y enfermedades en cárceles
entre los que se cuenta a María Lourdes Afiuni e Iván Simonovis, sus familiares
y sus amigos, y un pueblo aturdido de inclemencias.
De pésimo presagio entonces, a la
profecía criolla la precedió el asalto de tanques de guerra y estallidos de
cañones contra el Palacio Presidencial de Miraflores, coincidentes con
metrallas continuadas de grueso calibre contra la residencia “La Casona” habitada
por la familia del primer mandatario, obligada ésta a repeler un
desproporcionado ataque, empuñando en desventaja las armas de fuego a su
alcance, tratando de salvar sus vidas. Peor suerte fue la de los vigilantes de
la planta estatal Canal 8, a los
cuales se les dió muerte en medio de su sueño de madrugada.
Allí se dejó ver con suficiente
claridad la orientación militar subversiva para apoderarse de Venezuela, perseguiendo el derrumbe del régimen democrático.
Sin embargo, a partir de ese momento aparecerían disfraces de notables civiles haciendo cálculos de “río revuelto” en busca de
justificaciones, disculpando insólitas muestras de irrresponsabilidad en aquel “por
ahora” referido al fracaso insurgente interpretado por ellos como atenuante
del delito cometido, e invocando sobreseimiento
y perdón para los que ganaron sus primeros minutos de triste fama sobre
cádaveres de inocentes cruzados en el camino por simple fatalidad.
Ese “por ahora” había sido gestado con emoción exacerbada por el olor a
polvora quemada de explosiones inducidas desde el amanecer del 4 de Febrero de
1992, acompañado del sonido muy distante de disparos de proyectiles, en el resguardo
de las resistentes paredes del Museo Militar de Caracas, sede del Ministerio de
la Defensa de 1941 a 1981. No sería un
arrepentimiento por el uso de balas contra ciudadanos desprevenidos, más bien
la amenaza de una reedición que quedaría pendiente, pero aplazada con el
triunfo electoral de 1998, y retomada recientemente
como insunuación implicita para quedarse en el poder por encima de cualquier
limitación constitucional.
Venezuela deberá remediar otras
consecuencias dañinas de aquella profecía del por ahora, patentadas además en antojadizos cambios de nombres del
país, de ministerios e instituciones, moneda,
escudo y pabellón; en asociaciones comerciales destructivas de fuentes de
empleos nacionales y de la producción de bienes y servicios criollos, programas para la educación ideológica
extremista, falta de medidas fuertes para combatir el delito y la violencia, entrega
al dominio de la dictadura cubana, pagos
para la adulación internacional, persecuciones a quienes piensan diferente,
y empeño por dividir al pueblo entre premiados
porque aceptan sumisiones y chantajes, y castigados por querer sofocar la
asfixia a la igualdad de oportunidades, libertades civicas y derechos humanos.
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