Entrevista Prof Moraima Guanipa El Nac Abr 4 2010

EL NACIONAL - Domingo 04 de Abril de 2010 Siete Días/4

Siete Días

entrevista
Moraima Guanipa
"En Venezuela se está usando el idioma para envilecer la realidad"

La profesora de la Escuela de Comunicación Social de la UCV observa con preocupación, en sus alumnos, en el periodismo y en el discurso público, que existe poca conciencia de la posibilidad que ofrece el lenguaje para acercarse a los demás sin querer aniquilarlos




DIEGO ARROYO GIL


darroyo@el-nacional.com

MANUEL SARDÁ




B ajo el espeso calor caraqueño de un marzo seco como un cuero llanero, bulle la entrada de la Escuela de Comunicación Social de la UCV. Éste no sería un lugar tan amable si no existieran las dos franjas de jardín que flanquean, de lado y lado, el pasillo que conduce al edificio.

Ni tampoco si la presencia de los árboles no diera la idea de que el sol tiene que superar un gran obstáculo antes de entrometerse por completo en la vida de los estudiantes.

Son las 10:15 de la mañana y pronto llegará la profesora Moraima Guanipa para la entrevista. Con seguridad, muchos de los muchachos que ahora hablan en el patio son sus alumnos, y están aprendiendo con ella que, una vez que salgan de la universidad, el mundo comenzará a exigirles que rindan cuentas por cada una de las palabras que hoy usan con desenfado.

El de Guanipa es de los nombres más sonados entre los docentes del Departamento de Periodismo. Un poco más de metro y medio de estatura, pero de exigencias bastante altas a la hora de evaluar si un texto cumple o no con la condición de ajustarse a sus requerimientos: buena investigación, buena estructura, buena escritura.

Se ha granjeado fama de estricta pero de buena profesora en el transcurso de los 13 años que tiene dando clases en esta escuela de la UCV, a la que se dedica a tiempo completo. Pronto alcanzará el escalafón de profesor asociado, que precede al de titular, el más alto. Sin embargo, su salario actual no llega a los 1900 bolívares mensuales. "Esto es un apostolado", dice, ya sentada en su escritorio.

--Una de sus preocupaciones recurrentes, como profesora, investigadora y periodista, es el lenguaje. ¿Qué valor le atribuye usted a las palabras? --Lo han dicho mucho antes y mucho mejor que yo: la palabra es el ser. Somos lo que somos a través del lenguaje. La psicología y la filosofía lo han ratificado. Yo creo que eso adquiere materialidad cuando hablamos, cuando nos expresamos. La palabra, además, en estos últimos tiempos, tiene un elemento que me ha llegado por la tradición, y es eso de tener palabra, de que cuando dices algo y te comprometes, debes cumplir. Ahora, aunque suene contrario a lo que acabo de decir, para mí la palabra también es duda. Me refiero a la duda como un lugar para la reflexión, lo que te permite ir reuniendo un repertorio de palabras propio para entrar en contacto con el otro y estar en el otro. La conciencia de la lengua tiene que ver con esto.

--Pero cuando usted le insiste a sus alumnos, por ejemplo, en eso de tener conciencia de la lengua, ¿a qué se refiere? ¿Se refiere a respeto de las reglas gramaticales? --No. No sólo me refiero al bien decir. En esto yo sigo a Quintiliano: facultad y virtud, es decir, respeto a la lengua y a su norma. Eso no sólo tiene que ver con el conocimiento de la sintaxis, por ejemplo. Va más allá de eso. Me refiero al respeto a la palabra, a lo que ella contiene. Y en clases hago hincapié en esto porque, sobre todo en el ámbito del periodismo y de la comunicación, el decir público tiene un componente ético. Yo les insisto a mis alumnos en la importancia de decir las cosas bellamente, pero también en la importancia de decirlas atendiendo a la carga ética del acto de decir públicamente.

--¿Y nota interés de los alumnos hacia estas cosas? --No, y me preocupa mucho. Quizás estamos pagando las deficiencias del bachillerato. Estamos recibiendo estudiantes muy jóvenes, pero también con poca preparación e interés por el idioma.

Me llama la atención, entre otras cosas, que cada día el habla coloquial esté más lleno de interjecciones y de palabras medio dichas. No noto una dimensión del respeto a la palabra. Para los estudiantes es un asombro que les digas que en sus textos hay errores. Es como si nunca se los hubieran dicho, como si nunca se les hubiese hecho énfasis en ello; peor aún, como si nunca se les hubiese presentado el cuidado de la lengua como un problema.

La falla, además de ostensible, es grave, porque hablar bien es pensar bien. Muchos estudiantes tienen una idea instrumental del lenguaje: les sirve para comunicarse y nada más.

--¿Eso sólo lo observa en los estudiantes de periodismo o también en periodistas en general? --También en periodistas.

Y no creo que sea nada nuevo. Ya en su tiempo Nietzsche se quejaba del lenguaje de los periodistas, y de que los alemanes hablaban el lenguaje de los periódicos. Lo que pasa es que cierta noción del periodismo ha pasado por alto estas exigencias del idioma.

Sobre todo por eso de la prisa, por dar la noticia sin adornos, etcétera. Cuando estudiamos se nos dice que hay que escribir con corrección, pero más allá de eso, nada más. Claro, hay páginas refulgentes en el periodismo venezolano, grandes lecciones, pero no es la norma. Yo no digo que el periodista tenga que tener raptos de genialidad idiomática, pero sí debe entender que escribe para acercarse a los otros.

--Y más allá del periodismo, ¿le preocupa el estado del idioma en el discurso público? --Sí, por supuesto. Observo que en cierto tipo de discurso público se confunde el habla popular, que es muy rica, con lo degradado, es decir, con el insulto, con la fanfarronería.

Se usa el idioma para zaherir.

Y algo mucho más preocupante, a mi juicio, es que en Venezuela se está usando el idioma para envilecer la realidad, para enmascarar, para retorcer, para mentir. Cuando un discurso es de carácter público, adquiere una dimensión de mucha importancia. Estamos hablando del discurso de las figuras de los medios, así como del de los actores políticos, estén o no en el Gobierno. Ellos están marcando la pauta de lo que se debe decir y de lo que no se debe decir.

La aparición de términos peyorativos para referirse a los otros ha hecho que los otros ya no tengan nombres sino atributos negativos. Peor: se emplea el lenguaje para negar al otro, simplemente. Nuestro universo de discurso colectivo se degrada cada día más.

Quizá no veremos las consecuencias de esta situación sino más adelante.

--Usted ha dicho que el periodista tiene una responsabilidad ética, ¿cómo no confundirla hoy con militancia política? --Bueno, un periodista es un profesional de la información. Él ejerce ese oficio con solvencia, con amor por lo que hace, lo ejerce como lo que es: como un servicio público para la gente, no para él mismo ni para el medio. Pero el periodista también es un ciudadano, es un ser político.

Eso está claro. El problema aparece cuando el periodista confunde los roles, cuando asume una vocería que no le corresponde. Ya a la hora de escoger y jerarquizar una información, el periodista está ofreciendo su visión, y eso está bien, pero querer constituirse en un referente político es otra cosa. Uno puede tener un blog o una cuenta en Twitter y publicar lo que desee, pero en el día a día el periodista tiene que asumir su oficio como es. Ocurre que a veces se confunde compromiso con complacencia. El periodista debería ser molesto hasta para su propio medio, así como para la fuente. Sin ser tremendista, claro. Pero desde luego, eso requiere dureza.

--¿Y cómo mantener ese equilibrio cuando lo que está delante es el autoritarismo? --Tú desnudas más al hombre autoritario cuando muestras las expresiones de su autoritarismo. No hace falta calificarlo. La calificación se la dará el otro. El periodismo ha sido mucho más demoledor frente al autoritarismo en la medida en que ha presentado los hechos desnudos en su abuso. En los años setenta, cuando Somoza, un camarógrafo grabó a un reportero gráfico a quien un soldado somocista apuntó con el arma, él levantó las manos y el soldado le disparó. Esa imagen no necesitó mayores comentarios. No hizo falta que los periodistas escribieran tratados sobre la violencia de Somoza. Si una información está sólidamente estructurada, será mucho más difícil que el poder pueda desmenuzarla. Contra el autoritarismo: el periodista atento a las voces de la calle. Así sea porque se tiene un sentido mínimo de historia. Si nos tocó este momento, dejemos constancia.

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